Por un segundo despertar

La siesta es una arraigada costumbre que recorre de punta a punta toda nuestra geografía adoptando las más diversas formas y características según el sujeto que la practique. He aquí un pequeño inventario de tan saludable tradición que, dada la multiplicidad de variables existentes, no se pretende exhaustivo.

Una clasificación topográfica indicaría que son las provincias del centro de país, con sus climas calurosos y su ritmo sin sobresaltos, las que más alientan la realización de descansos diurnos. En Santiago del Estero el horario de la siesta está determinado con tanta precisión como el del trabajo.

Pero más allá de este ideal, existen otras variables que conviene diferenciar. No es lo mismo “echarse una torrada” en la febril turbulencia porteña que “descansar las piernas” en el amplio horizonte agrícola y ganadero de la Patagonia. En el primero, el espacio desmesurado y enloquecedor no permite la necesaria concentración en uno mismo que requiere una siesta propiamente dicha. De hecho, en Buenos Aires nadie viste pijamas para tal ocasión. En el segundo, el cotidiano itinerario detrás de vacas y maquinarias sólo deja lugar a breves descansos bajo la sombra de un roble. Por lo tanto, allí las siestas se camuflan bajo diferentes formas: torradas, tiradas, echadas, dormidas, entre otras.

No obstante, la multiplicidad de figuras en las que se presenta la siesta no impide encontrar un denominador común que postulo como tesis de este escrito: la siesta es un acto a realizar, un cometido, y no una mera determinación que viene dado al hombre por la naturaleza o por el sistema social. Es más, la siesta escapa a las imposiciones según la cual se come de día y se duerme de noche. La maquinaria social no sólo no necesita sino que desalienta las dormidas diurnas.

Sin embargo este sentido subversivo de la siesta sólo se constituye a lo largo de los años. Cuando uno es niño, la siesta es básicamente un momento de retención de parte de los adultos realizada sobre los menores a través de severas amenazas (“si no te dormís te pego un cazote”) o indecorosas recompensas (“si dormís un ratito te compro un topolino”). Incluso en el jardín se obliga a dormir a los infantes sobre los bancos bajo el chantaje de no dejar tocar los bloques a quien se resistiera. Más aún, mi madre llego a hacerme simular descansos para poder dormir a mi hermano.

Por lo tanto, la siesta sólo alcanza su verdadera condición llegada la juventud y la adultez, cuando se realiza a voluntad y a expensas de la figura del poder: en el colegio en medio de una clase sobre logaritmos, o ya en el trabajo, en una larga visita al baño. Allí los minutos de la siesta se le roban a los tiempos de dominación.

La siesta no es un momento de inactividad, como podría suponer cualquier alma superficial. Se trata de un acto conciente contra las formas mercantilistas que miden el tiempo en términos de costos y beneficios. La siesta viene a romper con la lógica del capital que necesita que el obrero descanse de noche para reponer su fuerza de trabajo para el día siguiente. La siesta del trabajo es una lucha silenciosa contra el patrón por una porción de la plusvalía. La siesta en el colegio permite desoír el discurso de las maestras gordas y patilludas. La siesta en momentos de ocio nos desenchufa de la máquina de consumo reproducida en la televisión.

Por lo tanto, en la lucha por un segundo despertar, ¡perezosos del mundo, uníos!

7 comentarios:

Soledad Jácome dijo...

"Dormir es perder el tiempo", le dije a mi mamá cuando tenía 4 años y me resistía a dormir la siesta. Claro, por ese entonces, esa era justamente la forma de sublevarse ante la autoridad dominante que nos quería calladitos, quietitos e inactivos.

Ahora, sin embargo, creo que con los cinco minutos que le gano al despertador a la mañana, trato de recuperar cada fiaca que me ahorré saltando de la cama a las 7 am todos los domingos desde el '76 al '87 (más o menos) y cada tarde que me mantuve tercamente despierta jugando sobre el colchón y desaprovechándolo escandalosamente. Me pregunto por qué nadie me advirtió que no era recomendable invertir en horas de sueño y guardarlas para más adelante. Me agarró el corralito onírico y me quedaron retenidas en mi tierna infancia miles siestas que ya no podré recuperar. ¡Estoy indignada! Saldría con la cacerola a despertar a todos los que pueden dormir a la tarde mientras yo cabeceo frente al monitor.

Por eso, Ventarrón, coincido con su hipótesis y retomo su premisa: “la siesta en el trabajo es una lucha silenciosa contra el patrón por una porción de la plusvalía”. Y si de luchas silenciosas se trata, yo estoy a la orden del día para llevarlas a cabo en el ámbito laboral. Celebro, entonces, la siesta en la oficina como una de las más viejas y conocidas prácticas del escamoteo que tanto promulgo. Unámonos, durmámonos y resistamos desde la cama contra un sistema que nos pretende productivos de sol a sol sin respetar ni siquiera nuestra digestión.

¡Soñadores al poder!

rivito dijo...

“Porque una cosa es dormir, y otra es hacer la siesta. Los animales, cada uno por su lado, me enseñan que la siesta es un ejercicio solipsista: me retiro de los demás, me abandono a la casita de mi imaginario. Sueño o no, tal vez no duerma, pero floto hacia la ronda de figuras que me envuelven lentamente. No es que las preocupaciones cesen” La vida Futura, Daniel Link

¿Pensar a la siesta en el trabajo como un acto de rebelión no es asumir que nos están durmiendo? ¿Quién vigila ese tiempo si por más que nos apolillemos 2 hs en el baño tenemos que quedarnos horas extras (que nadie paga) para terminar nuestro trabajo? Es más ¿dormimos en el baño o como competimos permanentemente nuestra tímida “rebelión” muere en un chat a escondidas mientras todas las horas de nuestras vidas las consume la pecera en donde trabajamos? Otra cosa, yo conocía el dicho de “estirar las piernas” que quiere decir caminar un poco cuando pasamos mucho tiempo sentados (por ejemplo por un viaje en bondi) pero esta que mencionás es nueva para mi.
En fin la siesta, Siesta (así con mayúsculas) no es en cualquier parte, es retirarse y despertarse sin saber ni qué hora es cuando “amanecemos”.

leticia dijo...

En el tiempo que tuve el agrado de desempeñarme como administrativa (servir café, atender teléfono y otras peripecias conocidas por Carolina) trabajaba, por suerte, solo medio día, de 8 a 13. Luego de esas durísimas horas, mi cuerpo necesitaba una buena siesta. Entonces, durante la tarde, mientras muchos todavía estaban completando su jornada laboral, yo me dedicaba a apolillar. Con la cotidianidad me acostumbré a levantarme (sin saber en donde carancho estaba) a eso de las 4 de la tarde (a veces 5). Una vez, el teléfono interrumpió mi sueño, era mi hermana Rapi que llamaba para decirme alguna idiotez, porque estaba embolada en su laburo. Luego de cometer este acto cruel y escuchar mi “hola” gangoso me dijo “¿te desperté? Ah, buen, me fijé que ya era hora de que te levantarás”.
chaucito, me voy a dormir.

Soledad Jácome dijo...

Aprovechar unos minutos de siesta en el baño durante el horario laboral no impide ni soluciona la explotación que sufrimos, pero esos minutos robados a la productividad y proactividad exigida creo que sí pueden considerarse una forma de resistencia (por más ínfima que parezca). Es ingenuo pensar (por lo menos a mí jamás me pasó) que evitar ese breve descanso en el baño, que nos puede servir para ablandar la contractura cervical, salvarnos de un dolor de cabeza o para nada, solucionará el problema de nuestras horas extras impagas. Ni nuestro día laboral más brillante impide que el horario se estire cuando estamos en un ámbito opresivo dónde nuestro trabajo no es valorado.

A veces está en nosotros ponerle un límite a los abusos, pero hay situaciones en las que no podemos. No siempre es cobardía o la necesidad de garantizarnos cierta seguridad amparándonos en un salario, sino que tenemos proyectos y planes que queremos concretar.

Por eso yo avalo toda forma de resistencia desde nuestro propio escritorio, porque por lo pronto (por lo menos hasta que no nos vayamos a cultivar grosellas al Bolsón) tenemos que luchar desde adentro y con lo que podamos. Y si el descanso en horario laboral funciona para algunos, ¡adelante!

Podrán “dormirnos”, pero nunca impedirán que soñemos…

Anónimo dijo...

Al pan pan y al vino vino… es una frase paleozoica pero me viene al pelo para la ocasión. La siesta es la siesta, es decir, termino de almorzar y me acuesto unas horas a olvidarme lo que ocurre en el mundo exterior. Yo amo la siesta y en este momento la añoro. Pero la verdad, me cuesta un huevo dormirme, nunca puedo hacerlo en los bondis, así que más difícil se me haría en el baño.
En fin, qué increíble! Cómo un tema tan banal genera semejante debate.
Buen, aprovecho para recomendarles que lean Tishismo Zen, y dejen comentarios. Esta bueno che.

rivito dijo...

Bienvenidas las palabras de Nelly separando la paja del trigo pero quiero agregar algo. Esto que intentó ser humorístico derrapa hacia otras yerbas, a mi no me resulto tan gracioso por eso me limité a discrepar con Lisi en suavizar algunos términos. Ni más ni menos.
A mi entender ni la siesta, ni el chat, ni las hojas impresas con cosas personales, ni las biromes que nos traemos en la cartera son resistencia, ni roban a la productividad, ni son a expensas de los poderosos. Cualquiera sabe que estas “perruques” están contempladas por las estrategias del fuerte (el famoso “hacer la vista gorda”) y eso no quita que de a ratos chatear nos haga felices, dormir nos cure la cervical, la siesta nos haga aparecer menos ojerosos o que nos recibamos con trabajos prácticos redactados en el horario laboral. En mi jornada de trabajo recurro a estas prácticas constantemente, las avalo y comparto, no las festejo pero sí las practico y ni me siento Robespierre en 1789 ni creo que ningún ingenuo se lo crea.
Por último, como la única que habló de sueño fue Tiya mientras se despedía para “estirar las piernas”, no entiendo bien porqué puede suponerse que “estar despiertos” excluya seguir soñando. Al contrario.

Monica dijo...

estoy viviendo en un apartamento en buenos aires y para mi la siesta es muy importante, es mi momento de reflexion y tranquilidad