Contra el otoño y la mar en coche

El otoño es detestable.

Esta afirmación no tiene ninguna pretensión poética. No se trata de la tristeza de las ramas desnudas, ni del crujir de los pasos sobre las veredas. Sobre eso ya habrá escrito algún adolescente bloguero con intenciones (desacertadas) de despertar la atención de alguna dama.

Yo me refiero a algo más mundano. El otoño fastidia por su absoluta indefinición climática. Ni muy muy, ni tan tan, ni chicha ni limonada, ni chomba ni pulóver. Es incómodo, molesto. Uno no sabe como combatirlo.

Contra el invierno uno la tiene clara: mucha lana sobre lana sobre (eventualmente) el suplemento Clasificados de Clarín protegiendo el pecho, guantes (de lana), el pantalón pijama debajo del jean (les juro que mi hermano lo usa), estufa, bolsita de agua caliente a los pies de la cama y doble par de medias.

Contra el verano también las instrucciones son precisas: ojotas, shortcito y permanencia inanimada frente al ventilador (los guapos no tenemos split). Y hasta la primavera tiene la indumentaria propia: remera, saquito y jean celeste clarito.

Pero el otoño no. El otoño se escapa a cualquier determinación. La mal llamada “Temporada otoño-invierno” es una de las mentiras más escandalosas de la moda. La ropa de “otoño-invierno” es de invierno. ¡Andá a ponerte esos gorritos de lana para ir a pasear el primero de mayo! ¡A las tres de la tarde vas a estar transpirando las últimas gotas previas a la deshidratación! Por algo a la supuesta ropa de otoño la llaman “de media estación”. Porque el otoño no es una estación. Para llegar a ese rango debería definirse, puntualizarse, establecer un rango de precipitaciones promedio, de temperaturas regulares. El otoño es una nebulosa indefinida, inestable, inclasificable e incognoscible.

Es como el kirchnerismo, donde uno no sabe bien donde queda parado. Donde cada juicio de valor tiene que ser acompañado de siete “peros” y doce “aunques” que no lo dejen pegado a lo que uno no quiere pegarse.

Con el menemismo no teníamos problema. Era todo más fácil, al pan pan y al vino vino. Vos de allá, yo de acá. Y yo de acá, de esta vereda, te entro a cagar a piedrazos a vos que estás en frente. Yo no soy vos y vos no sos yo. Es más, vos sos lo que no me deja a mí ser yo (teléfono para el politólogo de moda). Así que ¡tomá! (otro piedrazo).

Pero con el kirchnerismo se nos complicó. ¿Dónde estaba mi vereda? ¡Ah! ¡Acá está! ¿¡Ops!? ¿Pero que hace este en mi vereda? ¿Y este otro? ¡Correte che! ¿Y a dónde apunto las piedras? Sí, sí, a Daniel le apunté, pero ¿mirá si le pego a Estela que está ahí al lado?

Y ahí te agarra la nostalgia por los ’90. Porque la verdadera inseguridad que aqueja al país es la de no saber donde se está parado, con quién, qué vereda es de cada cual y qué hace semejante engendro en la tuya. La incertidumbre sobre lo que las cosas son. Porque las cosas ya no son.

Yo sospecho que es esta misma falta de certezas la que acuñó el lamentable latiguillo “Es como que”. Las cosas nunca son en sí mismas sino que son con referencia a otra cosa. “Es como que tengo frío”. ¿Qué? ¿Tenés frío o tenés otra cosa que es equivalente a tener frío? ¿Y si tenés esa otra cosa, por qué no la decís directamente en lugar de trazar paralelismos inconducentes?

Los diccionarios posmodernos deberían escribirse más o menos así:

Automóvil: m. Es como que es un vehículo movido por un motor de explosión o combustión interna destinado al transporte terrestre.

¡Basta! ¡No es posible vivir sin definiciones! ¡Necesitamos que las cosas sean, no que sean como si fuesen!

La iglesia católica fue la primera en advertir este problema y cuando tuvo que decidir la sucesión de Juan Pablo II dio el paso que necesitábamos. No era factible mantener un papa con cara de bueno que se reuniera a charlar con Fidel y lo recibieran con honores en Cuba (¡correte de mi vereda!). Nos confundía, nos desorientaba (bueno, también visitó Chile bajo la dictadura de Pinochet y condenó al amigo Ernesto Cardenal por ocupar un cargo de gobierno en la Nicaragua Sandinista. Digo, para no confundirnos tanto).

Así que fallecido el Juan Pablo II llegó Joseph Ratzinger y se terminó con este embrollo: un Papa con cara de alemán malo, defensor de las posiciones más duras y conservadoras y crítico de las perspectivas teológicas más liberales y relativistas. ¡Así sí! ¡Así podemos dividir aguas!¡Vos de allá y yo de acá! ¡Y ahí va! (otro piedrazo).

7 comentarios:

Soledad Jácome dijo...

Entre los grises y marrones cotidianos,
nos desteñimos y nos entintamos
agotando todos los matices…

Brindo por un otoño en el que las hojas muertas, arrastradas por vientos tibios y aplastadas por suelas salvajes, se despierten…y sangren tinta roja.

leticia dijo...

muy bueno Lisi, confiaba en que tu escrito no se quedaría en un tema tan banal como el clima.
Sobre las cosas que no se pueden cambiar, mejor dejar de lamentarse.
hasta luego!

Anónimo dijo...

Muy bueno lo que escribió Ventarrón. Un ventarrón escribe sobre el otoño, la estación que no es. Que es como Pasco o como Alberti de la línea A, es y no es, es por la mitad.

Y sobre eso me interesa hablarle. ¿Es o no es? ¿Es por la mitad? En este caso, pienso que no son pero pisan nuestra vereda. Y por eso hay que ponerlos en evidencia, decirles que no son y hacerlo notar... Y darnos cuenta nosotros que no son. Que deberían estar en la otra vereda.
Lamento no coincidir con Tiya, sobre las cosas que creemos que no podemos cambiar hay que intentar cambiarlas sin lamentarse. No creo, como Nina Rivero, que esperar es estar dispuesto a que algo pase. O sí, coincido, pero con eso no basta.
Si creemos que a las 2 de la tarde, bajo un sol radiante de otoño vamos a dejar de tener calor con ese pulover que nos pusimos a las 7 de la mañana, sólo porque es otoño, estamos perdidos.

Sólo eso Ventarrón. Y no tenga miedo, Estela será Estela pero no es intocable. A veces un piedrazo está bien que le caiga.

leticia dijo...

a modo de réplica:
las cosas que "creemos" que no podemos cambiar, claro que pueden cambiar, pero hay otras fácticas que estoy segura que no. En esta última categoría incluiría a todos los factores climáticos, llueva, haga frío o nieva, por más voluntad que le ponga, no cambia. Tal vez soy derrotista.
El tema ne parece muy bueno como metáfora de lo que Mr. Ventarrón quiere contarnos.

rivito dijo...

Yo por eso me amigo con el sujeto lacaniano: incompleto, indefinible, insuturable…esto si hablamos de nosotros mismos.
El kirchnerismo confunde al principio, me parece que “hilando fino” (yo no me tomé el trabajo todavía) logramos situarnos a su izquierda.
Y el otoño, mi recomendación es que gastes del todo esos pantalones blancos semitransparentes primaverales.
Linis querida: la espera no es privativa de la acción, el hombre de Ante la Ley espera toda su vida, es cierto, pero nunca deja de insistir.

Soledad Jácome dijo...

Me gustó su comentario, Linis.

A mí me parece que en otoño hay que barrer la vereda todos los días, porque tiende a juntarse más mugre. Por eso también estoy de acuerdo con que las estaciones más extremas no nos traen estos problemas. En invierno, por ejemplo, suelen abundar los ventarrones que sacuden hasta los pensamientos más sucios. Claro, también es cierto que esos inviernos pueden ser muy duros. Pero no hay cielo sin tormenta.

Por eso, a aquellos que “no son pero pisan nuestra vereda”, es necesario hacerles notar que la están enchastrando, aunque sea a los piedrazos.

Nina: redoblo su apuesta. Mi recomendación es que "esos pantalones blancos semitransparentes primaverales" se quemen!!!

Trefo dijo...

Comparto el comentario Linis: no son pero pisan nuestra vereda (bueno, cada vez menos).
Ahora, ¿vio cómo reaccionan los sectores más retrógrados ante el menor coqueteo con nuestra vereda? Entonces, la contradicción que me surge es cómo rearmar nuestra vereda, como plantear una opción superadora habiendo tantos sectores con el cuchillo entre los dientes dispuestos a cagarnos a cascotazos no sólo a nosotros sino a cualquiera que nos mire de rabo de ojo a un costado.
El síndrome del pequeño productor que termina haciendo piquetes para la SR acecha. No da andar repartiendo panfletos de la reforma agraria en Coronel Díaz y Santa Fe.
Esas son las dudas otoñales que me incomodan.
Celebro su comentario movilizador y lamento que la comparación con las estaciones de subte no se me hayan ocurrido a mí. Excelente.
¡Saludos!

PD: Caro y Nina, no confundan, los pantalones claritos onda Alan Faena no sirven para el otoño: son de bien de verano (por la mencionada cuasi-transparencia)y muy de guapo.
Leti, en cuanto a la lucha contra las condiciones meteorológicas, yo también me asumo derrotista.