Esta mañana me subí al 21 en Liniers. Entregué el boleto que me picó el chofer y enfilé para el fondo en busca de mi ubicación. Con los asientos que daban a la ventanilla ya ocupados, elegí uno del lado del pasillo junto a una veinteañera vestida de oficinista. Camisa blanca sin mangas metida dentro del pantalón tostado de gabardina. Cinturón finito marrón a tono con los zapatos y la cartera. Tenía los ojos chiquitos, como si recién se hubiera levantado.Agarré de nuevo la manija con la mano izquierda y apoyé el brazo derecho sobre el respaldo del asiento, tomé aire y empujé la ventanilla con toda la fuerza. No se movió. Respiré otra vez y volví a empujar con más fuerza aún. Sentía la cara roja y un temblequeo en los brazos. Así me mantuve varios segundos, hasta que me salió una especie de gritito gutural. Fue pequeño, cortito, pero suficiente para no pasar desapercibido por mi compañera. La ventanilla cedió apenas un centímetro.
- Está durísima- le dije mientras me secaba las gotas de sudor de mi frente y clavaba mi mirada sobre el suelo, avergonzado.
- Sí, igual algo se movió.- me respondió.
Sacó de la cartera un mp4, se puso los auriculares y desvió los ojos hacia la avenida. Los mismos ojos que antes me habían parecido pequeños y ahora aparecían gigantes y crueles.