Apuntes olímpicos

Comenzaron los juegos olímpicos y con ellos la oportunidad para sacudir la modorra de este block. Es esta una empresa riesgosa, ya que la crónica de tono jocoso sobre eventos deportivos debe evitar recursos malgastados.

El principal es el utilizado por los programas televisivos y las campañas publicitarias que se mofan de la euforia circunstancial que se produce durante la realización de estos acontecimientos atléticos: “Ahora resulta que todos sabemos de básquet” o “Ahora todos saltamos en garrocha”. Los periodistas deportivos se quejan de la invasión del interés popular en disciplinas exóticas que consideran monopolio exclusivo de sus saberes: “Ahora todos miran nado sincronizado”. Se genera así un clima de sospecha de los profesionales hacia los entusiastas aficionados.

A ver poligrillo: ¿Cuándo querés que me interese por un partido de badminton? ¿Cuándo juegue Obras Sanitarias contra la Liga de Amas de Casa? ¿Y por salto en largo? Si vos tenés ganas de ver cinco tipos jugando a ver quién salta más lejos durante todo el año, problema tuyo. A mí con una vez cada cuatro años me alcanza.

La ubicación geográfica de estas Olimpiadas da lugar también a numerosos chistes sobre las costumbres chinas. Hay entre ese tedioso repertorio dos tipos de humoradas que a este cronista le hacen mucha gracia. La primera es la chanza realizada sobre los usos horarios, por ejemplo, “el partido de Argentina vs. Australia se jugará el domingo a las seis de la mañana, ¡qué temprano se levantan los chinos che!”. La segunda es la utilización fraudulenta del término “oriental”, por ejemplo, “entre las costumbres orientales no se permite el beso en la mejilla, ¡qué recios son los uruguayos!”. Estos dos chistes, junto al del paisano que va a comprar supositorios, son hazañas de la historia del humor y no podemos renunciar a ellos.

En otro orden de cosas, queremos celebrar un acto de justicia olímpico: la exclusión del rugby como disciplina deportiva. Un juego en el que treinta tipos grandotes, sucios y transpirados gustan de entrelazarse, abrazarse, empujarse y manosearse entre ellos, no debe considerarse más allá del rango de orgía. Con toda la simpatía que me merecen las fiestas sexuales, ninguna de ellas se autoproclama deporte ni reclama medallas para sus mejores participantes.

El Comité Olímpico camufla su desdén hacia este juego alegando que, al desarrollarse la competencia en sólo dos semanas, no hay tiempo suficiente para que los jugadores se recuperen entre un partido y otro. Cualquier deportista consideraría esto un insulto y contestaría con frases compadritas como “me la banco contra todo el comité olímpico, te juego tres partidos por día y de noche me voy a hombrear bolsas al puerto”. Sin embargo, los rugbiers admiten su exclusión sin chistar ni organizar una resistencia digna, como lo haría hasta un equipo hasta un equipo de gimnasia artística de nenas de cuarto grado. A confesión de partes, relevo de pruebas. No hace falta que diga que un aficionado a las orgías no tendría problemas en mantener una regularidad diaria.

Por último, el nombre tradicional en español para designar a la capital de China es Pekín, no Beijing. ¿Acaso ahora vamos a llamar perro beijingués a esos monstruos diminutos de colmillos sobresalientes y ladrido de soprano?